“Me inspira lo que hay arriba de mi línea visual, lo que hay debajo y todo lo que está en el medio. Lo que veo y lo que escucho. La curiosidad mató al gato. Soy Tite Barbuzza. Me recibí de diseñadora gráfica y he ejercido en casi todos los estadios y estados de la comunicación visual. Trabajo con las artes, que me emocionan y propulsan. Me apasionan las culturas y aún más sus gentes y su entorno”.
Así se presentó Raquel Barbuzza en el primer PechaKucha Mendoza, encuentro en el que participan creativos que muestran, básicamente, las ideas que los inspiran. Diseñadora de base, Tite, como la llamó su madre desde pequeña, se autodefine como productora cultural.
–¿Dónde naciste?
–En Mendoza y me críe con mis tres hermanos y mis padres. Mi madre era melómana y jefa del departamento de Inglés de la UNCuyo, y tenía una visión estética muy marcada. Mi padre era traumatólogo y jefe del área en el hospital Emilio Civit. Además era amante de la tecnología y un gran radioaficionado. Recuerdo que trajo por primera vez a casa un magazine, el precursor del casete. Y un día vino con El lado oscuro de la Luna, de Pink Floyd, allá por el ‘73.
–Y la cabeza te hizo crac…
–Pero me di cuenta de esto mucho después. Fue como un encauzamiento de un gusto hacia algo. Creo que la pirámide de descomposición del color (en alusión a la tapa del disco) influyó luego en mis elecciones y así es como, tal vez, terminé más tarde haciendo imagen para música.
–Eso contribuyó en tu inclinación hacia el arte en general…
–Así es. De hecho, si tuviera que definirme, sería como productora cultural, pues mi trabajo no se enmarca sólo en el diseño gráfico, sino en algo mucho más amplio. La causa de mis múltiples intereses está tal vez en que crecí en una casa donde se escuchaba mucha música, desde barroca hasta Los Beatles. Además mis viejos siempre apoyaron el arte local y estaban muy relacionados con el ambiente.
–Hablemos de tu formación…
–La primaria la hice en el Magisterio y la secundaria, en el CUC. Luego ingresé a Diseño Industrial con especialización gráfica en la UNCuyo. También me apasionaba viajar, cosa que hice más tarde.
–Empezaste por Buenos Aires…
–Sí, el principal motivo por el que me fui fue que abrieron en la UBA la carrera de Diseño y me convocaron para dar clases, a fines de los ‘80, en la cátedra de Diseño I.
–¿Es decir que la carrera se abrió antes en Mendoza que en Buenos Aires?
–Sí, la Escuela de Diseño de Mendoza fue la primera del país.
–Y en simultáneo ingresaste en el mundo del rock, ¿cómo fue?
–Porque hice mi tesis en imagen aplicada a la música. ¿Ves? Eso sí es culpa de Pink Floyd. Y en ese momento, en Argentina, la única banda que tenía una imagen articulada era Soda Stereo. Los contacté a través de Oscar Sayavedra, un mendocino que fue durante años manager de la banda. Me entrevisté con ellos y terminamos trabajando juntos.
–¿Cuál fue tu primer trabajo para Soda?
–La tapa del disco Doble vida (1988) y el desarrollo del logotipo de la banda. Luego les hice la publicidad vial y el merchandising: camisetas, camperas, pins, algo que en esa época era novedoso. Buenos Aires era muy divertida en esos tiempos. Teníamos un grupo genial de fotógrafos, diseñadores y músicos, había una gran efervescencia. También diseñé escenarios para bandas como Fricción, de Richard Coleman, y Los Enanitos Verdes.
–Estabas metida de lleno en el arte. ¿Qué más hacías?
–Escribía para la revista Tipográfica de Rubén Fontana e integraba grupos de difusión del diseño.
–¿Cómo siguió tu recorrido?
–Me fui, en plena hiperinflación, a Los Ángeles. Estuve dos años y ahí comenzó otra etapa. Empecé a trabajar como productora, guionista y entrevistadora de dos programas de TV: uno de música y otro de personalidades hispanas sobresalientes, entre ellas los de Soda, eso fue muy loco.
–¿Dónde aprendiste esos oficios?
–Aprendí simplemente haciendo. Yo tengo cabeza de productora: veo qué quiero hacer y consigo los medios para lograrlo. En esa época conocí a Dago González, director creativo de la productora Veneno INC, que hace los live shows de estrellas como Madonna o Britney Spears, y empezamos a trabajar juntos hasta que decidí irme de viaje por un año.
–¿Por dónde anduviste?
–Bajé de Estados Unidos por Latinoamérica hasta Mendoza, todo por tierra. De ahí me fui a la Isla de Pascua y luego a la Polinesia Francesa.
–¿Y cómo sobrevivías?
–Escribía para revistas de viaje. Después seguí por Cuba y de ahí a Europa. Primero Londres, luego París y finalmente Barcelona, donde me quedé 12 años.
–¿Estaba planeado?
–Totalmente planeado. Siempre soñé con vivir allá por la gran movida de diseño y editorial, súper rompedora y fresca.
–¿Cuándo llegaste?
–En el ‘92, en plenos Juegos Olímpicos, que generaron una gran actividad pero luego dejaron una crisis espantosa. No había trabajo pero sí gente de todo el mundo con ganas de generar, fue una época muy divertida. Como no había laburo, hicimos, con unos amigos, un fanzine en inglés, castellano y catalán, y así sobrevivimos un tiempo.
–¿Cómo lo vendían?
–Hacíamos unas tremendas fiestas de lanzamiento en las que confluían artistas de distintas disciplinas.
–Es increíble la cantidad de actividades dispares que emprendiste…
–Sí, pero creo que de algún modo todas están conectadas. Cualquier expresión cultural que nace en momentos sociales de crisis genera un movimiento profundo en los sectores inquietos y activos. Otra cosa importante en mi biografía es que mi padre era fotógrafo aficionado. Heredé esa pasión y hoy una de las cosas que más amo es la edición fotográfica.
–Volvamos a Barcelona, ¿qué vino luego del fanzine?
–Colaboré en tres ediciones del Sónar, el Festival de Música Avanzada y Arte Multimedia de esa ciudad en el que participan artistas de todo el mundo, en el área de diseño, y la pasé súper bien. Ahí comencé a incursionar en el tema del multimedia e hice una Maestría en Artes Digitales. Otro recurso que empezó a estar en boga es el sampleo, que consiste básicamente en cortar un elemento de un lugar y ponerlo en otro para crear algo nuevo y resignificarlo. Esto se aplica tanto al terreno musical como al gráfico. En esto también me metí y publiqué un libro, Barcelona Club Flyers, que documenta la movida electrónica de Barcelona, en una editorial prestigiosa en la que luego seguí colaborando. Además era editora de la sección de Música y Nuevas Tecnologías de una guía de arte muy cool de esa ciudad.
–¿Cuándo retornaste?
–Desembarqué en Buenos Aires, de visita en principio, el 20 de diciembre del 2001 y llegué al departamento de un amigo que queda en Maipú y Corrientes. La cosa es que estalló el país y yo me encontré en el corazón de esa explosión. Y me pasó una cosa muy rara, pues sentí que entendía el conflicto, cosa que nunca había experimentado allá, a pesar de que vivía en una comunidad muy combativa como la catalana. Fue como volver a lo mío, me sentí parte del asunto. Y decidí regresar a Mendoza.
–¿Hubo algún otro motor?
–Extrañaba mucho el paisaje, soñaba con estos cielos sin cables, con la montaña. Y como hacía unos años había comenzado a interesarme la vitivinicultura, y acá en los ‘90 se había evolucionado muchísimo en el tema, me volví a Barcelona e hice un posgrado en Comunicación y Vino.
–¿Y al volver qué ideaste?
–Compramos con mi socio Mike Barrow una pequeña finca en Perdriel e implantamos un viñedo orgánico, pues soy ferviente defensora de la agricultura ecológica. Soy, como se dice, “verde” a todo nivel: antiagroquímicos, antitransgénicos, antimultinacionales y antiminería a cielo abierto. Además seguí vinculada al arte y, sobre todo, a las políticas culturales.
–Estuviste muchos años afuera, ¿cómo ves el desarrollo de estas políticas en Mendoza?
–Veo que están pasando cosas: acabamos de terminar la 4ª edición del Mes del Diseño y me parece un logro maravilloso. También creo que hoy la Nave y el centro cultural Le Parc, junto con el MMAMM o el ECA, son espacios públicos pensados para albergar contenido cultural. Lo que sí considero que, en mi campo, el nexo entre diseño y empresas es algo para trabajar más seriamente y con tesón, pues concibo el diseño como un agente de cambio fundamental para mejorar la vida de la gente.
–¿En qué sentido?
–En el sentido de que todo comunica, desde el banco en que te sentás hasta los carteles que ves en la calle, pasando por cómo te vestís o el libro que leés. Hay mucho por hacer en Mendoza. Sólo tenemos que ponernos las pilas para que esto se traduzca en resultados.